lunes, abril 26, 2004

Seguro que hay un espía en su computadora

Seguro que hay un espía en su computadora

El crecimiento del spyware sobrepasa los virus y el spam

Cada día la PC funcionaba más lentamente. Para peor, se colgaba a cada rato por cualquier motivo. ¿Serían los programas nuevos? No era nada sencillo averiguarlo. Otro detalle: cada vez que se conectaba a la Red había problemas y tenía que empezar todo de nuevo. Un día, por casualidad, se encontró con una página Web que hacía un test on line gratuito de programas espías. El resultado le informó que tenía 83 agentes de software ocultos que registraban todas sus actividades en la computadora y enviaban un reporte hacia alguna dirección electrónica ignota.

Un seguimiento de la empresa EarthLink ( www.earthlink.net/spyaudit ) sobre 1,1 millones de PC dado a conocer hace unos días estimó que más de 300.000 computadoras ocultan programas malignos. El proveedor de servicios de Internet concluyó que cada PC tiene, en promedio, 28 diferentes spyware. LA NACION publicó un extenso informe sobre el tema en su edición del 8 de marzo último.

Pero estos nuevos depredadores no sólo afectan las máquinas de los usuarios domésticos. Un tercio de las empresas tiene instalado en sus PC algún tipo de software espía, principalmente debido al descuido de los propios empleados, según una investigación realizada por la consultora WebSense.

Se presume que el 90% de las PC conectadas a Internet posee algún tipo de programa espía. Basta bajarse algún programa supuestamente gratuito (ver columna La compu ) o usar redes de intercambio de archivos para descubrirse un día conviviendo con el enemigo.

Astutos como los virus e insistentes como el spam, el spyware no está legislado, así que la batalla hoy es de tipo judicial, y en Estados Unidos sólo un estado lo ha prohibido: Utah. Para tener una idea de la magnitud del problema, McAfee a mediados del año último había detectado dos millones de equipos infectados con espías. En marzo de 2004, ese número había crecido a 14 millones.


Fuente: La Nación

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